Después de que nació mi primer hijo creí haber cerrado la fábrica. Al menos eso creí. Y para convencerme, porque no lo estaba, conforme el panzón crecía comencé a deshacerme de todas las cosas que ya no eran para bebé.
Jesse, el papá de Víctor, quería tener más hijos, pero cuando nos dimos cuenta de que sería imposible pagar dos guarderías, el tema desapareció de la mesa como por arte de magia. Además, someternos a otro tratamiento de inseminación, ¡qué flojera! Víctor sería hijo único.
En el fondo, les confieso, libraba batallas internas. Conozco y he oído historias terribles de hijos únicos. Pero también escuchaba otras que no lo eran tanto. “Tener hermanos no es garantía de más felicidad”, pensaba. Hay hermanos que se odian, que nunca se hablan, que son indiferentes uno con el otro…
Esa lucha interna quedó definitivamente enterrada cuando Jesse falleció de un cáncer fulminante. Víctor tenía 14 meses y agradecí al cielo no haber insistido en tener otro hijo. Pensé que hubiera sido terrible quedar viuda con dos niños, o peor aún, embarazada de un segundo.
Sin embargo, no contaba con lo que me toparía más adelante. Tiempo después de la muerte de Jesse me reencontré con un buen amigo, Max, con quien llevé una relación entrañable mientras ambos trabajábamos en la misma compañía. Entre las cosas que solíamos conversar estaba el tema de los hijos. Él me contaba que tenía deseos de ser papá desde hace muchos años. Yo le contaba cómo es que yo evadía lo más que podía convertirme en madre.
Volvernos a ver fue mágico. El cariño que nos unió como amigos se convirtió en un amor muy profundo. Entonces volvió a la mesa el asunto de tener otro hijo. No lo pensé dos veces, así que propuse ir a ver a un especialista en fertilidad. Luego de varios exámenes, los resultados fueron alentadores, más no las posibilidades. Tanto Max como yo estábamos en condiciones óptimas para procrear; sin embargo, a los 44 años es casi imposible que una mujer se embarace de forma natural.
“Solo 1.6 por ciento de las mujeres de tu edad quedan encinta sin la ayuda de tratamientos”, nos dijo la doctora, que luego nos dio otra noticia fatal: nuestro seguro médico deja de ofrecer tratamientos de fertilidad a las mujeres a partir de los 43 años. Esto porque las estadísticas muestran que a esa edad la mayoría de procedimientos son infructuosos.
De las mujeres que logran embarazarse a los 44 años, 58 por ciento tienen abortos involuntarios, mientras que 28 por ciento de estos embarazos serán de niños con síndrome de Down. Un panorama nada alentador, ¿verdad?
Un buen día, le comenté a Max que podríamos ir a Tijuana, México, donde sé que hay buenos médicos especializados en fertilidad. El tratamiento, cualquiera que escogiéramos, nos costaría mucho menos que en Estados Unidos. “¿Y qué tal si estás embarazada?”, me dijo. “No creo, Max. No siento nada diferente en mi cuerpo”, le contesté. Una semana después me hice una prueba casera; el indicador decía “Pregnant”.
¿Eres madre otoñal o conoces a una madre otoñal? ¿Qué piensas de las que deciden embarazarse a los 40?
Clarisse Céspedes dice
Me encanta tu blog. Cada vez que vengo me siento mejor
Victoria Infante dice
Gracias, Clarisse, siempre eres bienvenida 🙂