¿Alguna vez alguien se ha burlado de ustedes cuando dicen una frase como, “a mí nunca me pasaba esto”, o “a mí nunca me había pasado lo otro”?
Eso significa, estimados, que han llegado a los 40.
“Es la edad de los ‘nunca'”, me repiten una y otra vez mis amigos y familia cuando les cuento de mis achaques y dolores que a veces aparecen como por arte de magia. Por ejemplo, hace unos días una tos, como la que me ha dado cientos de veces a lo largo de mi vida, me ocasionó un desgarre dolorosísimo en un músculo de la espalda. Así que cada espasmo se convirtió en una verdadera tortura, y no sabía si me dolía más la garganta tan irritada o el músculo dañado.
Entonces me di cuenta de que había dejado de ser una superwoman, como siempre me sentí. Les explico por qué.
Cuando decidí embarazarme de Víctor, mi primer hijo, tenía 41 años. Para entonces tenía diez años corriendo maratones, iba al gimnasio 5 o 6 veces a la semana, levantaba pesas, hacía ejercicios aeróbicos. No podía sentirme mejor física y anímicamente, así que estar encinta fue, como dicen en inglés, “piece of cake”.
Amigas y compañeras de trabajo llegaban a contarme sus historias de embarazos que más bien parecían de terror. “No vas a poder dormir los últimos meses, tampoco vas a poder comer; si te hacen cesárea es dolorosísimo, sientes que te mueres; exige que te pongan la epidural porque el parto sin anestesia es matador…”. Y así les puedo contar decenas de comentarios que escuchaba.
Al final, ¿saben qué? Pude dormir hasta el último día de mi embarazo; pude comer en las cantidades que se me dieron la gana. Mi parto no fue tan doloroso como me lo predecían. Nadie podía creer que me hubiera ido tan bien en todas las etapas de mi gestación. Hasta siento que fui la envidia de muchas.
La historia con mi actual embarazo, sin embargo, no es la misma. Después del nacimiento de Víctor a duras penas he podido hacer ejercicio esporádicamente, y mi cuerpo lo resiente. El resultado de esa inactividad es que ahora ya siento el peso de los años. Si doy un paso en falso, al día siguiente amanezco con la molestia en el tobillo o en algún músculo. Si hago un esfuerzo que antes era normal, ahora puede causarme la peor de las dolencias. Noto que ya no soy tan ágil y que mi cuerpo ha perdido flexibilidad.
Ahora soy una simple mortal.
Pero la esperanza muere al último. Ya hice planes con Max, mi compañero, para turnarnos con el cuidado de los niños y regresar a la rutina de ejercicio. No pienso volver a correr maratones en mucho tiempo -exigen mucha disciplina y entrenamiento-, pero sí medios maratones. Son divertidos y no te dejan medio muerto.
Ya les estaré contando si pude cumplir con mi objetivo. Mi bebé nace a finales de julio, así que si todo sale bien, 2014 será el año para convertirme de nuevo en una superwoman.